Sobre
La poesía en el país de los monólogos
paralelos (Ensayos sobre poesía argentina contemporánea), Pablo Anadón,
Editorial Brujas, Córdoba, 2014.
Una década y media después, la
llamadaPoesía de los 90, ese fenómeno que no es sólo literario sino también social, continúa siendo en gran parte un enigma. Más allá de
algunos planteos teóricos, como los de Anahí Mallol y Tamara Katmenzain, desde
lo lingüístico, desde su particular uso de la tradición, desde su ruptura con
el pasado, el movimiento, si es que puede llamarse así, es una liebre siempre
inquieta. Un estudio serio sobre el tema debería incluir la forma en que se
vestían esos poetas, la clase social de la que provenían, los tonos que
adoptaban al leer en público, la cantidad de lecturas por fin de semana, las
drogas que consumían y la indignación, indiferencia o inexplicable placer que
provocaban los cuadros con algodoncitos de Fernanda Laguna.
Es también el resultado de la proliferación de
tecnologías que permitían que cualquier persona con una computadora pudiera
diseñar, maquetar, imprimir y distribuir a mano sus pequeños libros. La
proliferación, por lo tanto, de pequeñas editoriales, con editores que también
eran autores, debería ser un ítem importante en esa especie de estallido social,
sobre todo de las más importantes como Vox, Siesta y especialmente Eloísa
Cartonera. Comandada por Cucurto, esta última era algo más que una editorial:
no sólo publicaba lo que debía leerse en ese momento, lo nuevo, lo peligroso;
no sólo incluía en su catálogo a algunos faros de la generación, como Aira y
Fogwill, sino que era además un proyecto social, que reflejaba las condiciones
objetivas del país en ese momento.
Basta hojear algunos de los libros de esas
editoriales, entre otras, para descubrir que por último la llamada Poesía de
los 90, considerada en bloque, es mucho más diversa de lo que nos quieren hacer
creer. ¿Qué puntos de contacto podría haber entre Puctum de Martín Gambarotta con Putina
de Gabriela Bejerman, entre los poemas de Juan Desiderio y los de Silvio
Mattoni? Sus búsquedas son tan disímiles que lo único que los une, estaríamos
tentados de decir, es haberlas emprendido en los mismos años. Se procede
entonces a una simplificación, a un nivelar para abajo, considerando que todo
lo que se escribía en esa época era descuidado, espontáneo, más acorde a la
oralidad, lleno de referencias pop y sin el aura del verdadero arte, si es que
tal cosa existe.
Contra tal clase de estereotipo está escrito La poesía en el país de los monólogos
paralelos (Ensayos sobre poesía argentina contemporánea)de Pablo Anadón,
recientemente publicado por Editorial Brujas.Dividido en tres partes, el libro
se toma ciento veintidós páginas para describir (con espanto) lo que considera
las últimas tendencias de la poesía argentina, y contraponerlo a un cannon
personal en la segunda parte en el que figuran autores como Enrique Banchs,
Borges o Wilcok. Una tercera parte, menos ruidosa, navega sobre las plácidas
aguas del problema de la traducción en la poesía.
Verdadero militante de una poesía a la que
considera “verdadera”, el autor no duda en arrojar flecha tras flecha contra la
Poesía de los 90 considerada en bloque: el estereotipo descripto más arriba. El
problema es que la elusiva liebre del problema es corrida por derecha en estas
páginas, precisamente lo que necesita para volverse atractiva.
Lo que a Anadón le molesta, lo que descubre con
horror apenas llegado de su estancia en Italia, son las características
liberadoras de esta poesía en un sentido casi sexual de la palabra: 1. Su
interés periodístico por el presente, por la cotidianeidad, por su espacio
inmediato; 2. El uso del verso libre, un verso casi prosaico que es leído
precisamente como prosa; 3. Su transparencia, su referencialidad y la ausencia
casi total de recursos poéticos. Todas las características que sacaron en ese
momento a la poesía de un lugar inaccesible y la volvieron por todos y para
todos.
Pero en el fondo lo que más molesta a Anadón, lo
que lleva a citar con una mezcla de furia y placer, poemas o fragmentos de
poemas de Alejandro Rubio, una de sus víctimas preferidas, es la supuesta
trivialidad de esta clase de poemas: su capacidad de hablar de cosas pequeñas
que no fueran pasadas previamente por el tamiz del pensamiento. Por supuesto
que también se rescatan algunos poetas, pero son siempre los que buscan su
acento en el pasado y la tradición: Carlos Schilling, Pedro Mairal o el hermano
de Anadón: Esteban Nicotra. La antología Monstruos,
curada por Arturo Carrera, y que incluía a una gran parte del establisment
literario de la época, es destrozada en bloque, cuando sus autores son, vistos
desde cerca, bastante disímiles entre sí.
Estas consideraciones se oponen, como queda muy
claro, no sólo a la poesía del presente sino al presente mismo. Los mass media,
las redes sociales, la hiperconectividad (el mundo contemporáneo, para
abreviar) son los entes malignos que volverán superficial cualquier
manifestación artística de por sí, sin probabilidad de error. Gran parte de la
indignación del libro proviene del problema de la función social del poeta, que
para Anadón debería ser la de “un loser
que reivindicaba su condición de exiliado interno”, como si todo poeta no fuera
definitivamente un exiliado, como si toda la poesía no fuera una actividad
minoritaria y algo heroica.
Hay, por último, una arista geográfica del
problema: se evidencia especialmente en la polémica que Anadón establece con el
Diario de Poesía, por las
repercusiones de un artículo de su autoría aparecido Fénix, su propia revista. El razonamiento sería el siguiente: Diario de Poesía representa una
tradición poética alejada de la verdadera lírica, yo critico a los poetas de
esa tradición, y sin embargo no hay nada que quiera más que estar en el Diario
de Poesía: hay algo ahí del mismo orden que lleva a muchos supuestos militantes
del interior a querer figurar con desesperación en Buenos Aires, criticando a
los que figuran porque, básicamente, no son ellos.
La estela que ha dejado tras de sí la Poesía de
los 90 es larga. Basta leer 30.30, poesía
argentina del siglo XXI, publicada por la Editorial Municipal de Rosario,
que abarca 30 poetas menores de 30 años de todo el país, para comprender que
muchas de sus estéticas continúan abrevando, sino en la renovación que
significó aquel movimiento, en una cierta actitud de los poetas.
Batallas como las de este libro, entre lo viejo
y lo nuevo, o lo verdadero y lo falso, se han librado desde que el arte es tal,
y podrían llevarnos a considerar a la poesía fuera de su aspecto formal, de los
recursos que utiliza o de la clase de verso que ejercita. La poesía es, más que
nada, un efecto en el lector: el de conmoverlo, el de iluminar una parte del
mundo o la experiencia antes vedados, y para eso cualquier instrumento es
válido, sea o no estudiado en la universidad.