6 jun 2012






Desnudo en la terraza
(sobre "can solar", de carlos godoy, publicado el sábado en la voz)

            Desde la primera línea de su flamante libro de cuentos (“Rubén abre los ojos y está desnudo en la terraza”, del cuento “Es preferible tener suerte a ser inteligente”) el debut de Carlos Godoy como narrador pone en cuestión un tema largamente discutido y malentendido: el del realismo, sus límites, sus reglas. El cuento narra la percepción vertiginosa de un hombre con derrame cerebral, y nos hace testigos de su confusión como en una cámara subjetiva. Ese procedimiento destroza lo real, lo vuelve más nítido aún.
En los cuentos que siguen, y a través de una gama de personajes “monstruosos”  (ya sea en esa percepción dislocada, en comportamientos sicóticos o crueles) Godoy se inventa un mundo que está a punto de estallar, de transformarse en otra cosa, de deformarse. Si la primer regla del realismo es la de retratar personajes comunes con conflictos comunes, el personaje “medio” (clase media, pensamiento medio) Godoy se escapa por izquierda, logrando que ese universo común se vuelva fascinante. Quizás porque el realismo literario, es, al fin, un oxímoron: la realidad siempre es inabarcable; la literatura, una construcción deliberadamente artificial.
            De esta forma, el que leyó antes que muchos el advenimiento de una moda peronista, con el libro de poemas “La escolástica peronista ilustrada”, vuelve a realizar aquí una operación política, que consiste no en nivelar hacia el “medio” realista sino en mostrar la profundidad y complejidad de sus personajes como modos de aprehensión de lo verdadero. En cinco cuentos de extensión pareja, con una prosa límpida y certera, Godoy describe historias que son a la vez cercanas y extrañas, evitando a la vez el moralismo y el sicologismo de los personajes. Sus historias, o varias de ellas por lo menos, son como las que se cuentan en un fogón, pero por un narrador un poco enfermo que mira fijamente las llamas y recuerda crímenes pasados.
            Violencia, humor negro y esa clase de absurdo que bien puede confundirse con nuestra vida cotidiana abonan este prometedor primer libro de cuentos. Al terminar el último volvemos al principio: somos nosotros los que estamos desnudos, en la terraza, tratando de entender qué pasó.
           
            

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